La película que iban a protagonizar Tigre e Independiente pintaba como esas que aspiran al Oscar. Por que uno (el local), necesitaba ganar para olvidarse de la lucha por la permanencia, el otro, ya alejado de todo riesgo pretendía sumar para el año próximo.
Lo más vistoso del rodaje se observó durante los primeros minutos, pero cuando ambos lograron acomodarse, toda las escenas fueron repetitivas y con ideas a cuenta gotas. El libreto lo repartieron y la tenencia de la pelota no tenía un dominador absoluto.
Solo un puñado de meras aproximaciones sin demasiado peligro fueron algunas de las variantes e improvisaciones realizadas por los actores, y el partido contaba con dos espectadores de lujo, uno en cada arco.
Sobre el final de la primera etapa, Independiente mostró un poco más de ambición, aunque con los mismos signos de falta de ideas que a lo largo de los primeros 45´. Un movedizo Parra y sociedades bien armadas entre Silvera y Villafañez pusieron al Rojo en un papel levemente más protagónico que su rival.
El descanso ilusionó, nada podía ser más aburrido que la primera mitad. Pero una vez más, las tomas parecieron repetirse. En el complemento, el local mejoró ligeramente por sobre el Rojo, aunque sin maravillar ni mucho menos hizo, al menos, desperezar a Gabbarini.
Lo mejor del partido llegó de los pies del ingresado Nuñez, cuando con un gran slalom y posterior remate de media distancia obligó la estirada de Ardente y el rechazo con su pecho. Después, la monotonía abundó en cada escena.
Todo lo contrario a lo que pintaba, la introducción, el nudo y el desenlace de la historia fueron presentados con un guión demasiado precario para las ambiciones de cada uno, donde todos le esquivaron al papel protagónico y lo único que estuvo a la altura fue la escenografía, que presentó gran público de los dos lados.. Futbolísticamente hablando, esta película fue de terror.
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